Educación y creatividad.

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“La educación tiene el doble poder de cultivar o de ahogar la creatividad”
Edgar Faure


En la escuela encontramos asignaturas injustificadas o temas sin atractivo o curiosidad; y temas que cuando responden a expectativas e intereses del niño, en general se desarrollan informativamente, sin que el niño participe de manera vivencial en el proceso de aprendizaje. La consecuencia es que las energías se desaprovechan y no se despiertan inquietudes.

Esta acentuación en el área de conocimiento intelectual, enciclopédico, informativo, produce niños memoristas y anecdóticos, opuestos al niño perceptivo, crítico y creativo que propone la nueva ética educacional.

Contribuyen a acentuar este aspecto, el prejuicio y la tradición cultural, por los cuales se establece que la expresión comunicada por la creatividades sólo para elegidos, o “artistas”, por lo que desvaloriza el potencial creativo de la comunidad, y según Louis Porcher, “ El acceso a los valores estéticos se produce según las misteriosas leyes, casi sagradas, del don gratuito, innato, fortuito. Doble razón para que la escuela conceda al trabajo artístico una importancia secundaria”

La escuela, tal como funciona, a menudo bloquea la expresión infantil en vez de respetarla y estimularla, y en ella el educador se convierte en un obstáculo para el desarrollo integral del ser que crece, pues lo hace dependiente, lo desarma para enfrentar la realidad y responder a los desafíos concretos de su tiempo.

El desarrollo de la creatividad es tarea de todo educador. Educador que debe ofrecer ambiente y estímulos propicios para que este desarrollo sea posible, teniendo en cuenta que crecer es una actividad permanente, y que él también comparte el crecimiento del niño.

Surge esta pregunta: ¿Cómo puede hacer un educador para desarrollar la creatividad de los niños si él está formado enciclopédicamente, si fue desvalorizado creativamente como alumno, durante su tránsito por los distintos niveles educativos? La respuesta es: teniendo una formación como conductor, como docente, en donde el juego, la creatividad, la vivencia del proceso de aprendizaje no estén ausentes. En esta forma, permitiéndose jugar y crear, el educador permitirá a los niños crecer jugando y creando. Un conductor falto de confianza, desvalorizado en su propio potencial creativo, proyecta su frustración, su miedo, y pone al grupo sus propios límites.

Roberto Vega “El teatro y la educación”

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